miércoles, 13 de noviembre de 2013

Usos y construcciones del relato geográfico en Viaje al estrecho de Magallanes de Sarmiento de Gamboa


Introducción a mi trabajo sobre las virtudes caballerescas en el relato geográfico en Sarmiento de Gamboa. 

Un resumen de este trabajo presenté para el X Coloquio Internacional de Historiografía Europea en la Universidad Nacional de Mar del Plata - 2013.





Para 1578 el corsario inglés Francis Drake incursionó en el Pacífico a través del Magallanes y asoló los puertos de las posesiones españolas. La incursión demostraba el potencial marítimo militar inglés y ponía en duda la hegemonía militar española en sus propias posesiones. El Virrey Toledo intentó enfrentarlo organizando una expedición que diera con él en las costas de Panamá, pero no hallo del inglés más que los despojos que dejaba a su paso. Fue tras este fracaso que puso sus ojos sobre el Magallanes; pensó que el cierre de la vía de acceso del corsario por medio de la instalación de puntos de control y vigilancia en el confín más austral del continente era la forma de controlar la frontera e impedir otras incursiones. Para esto debía antes conocerse cabalmente la naturaleza y geografía del estrecho, de las cuales no había información clara más que rumores sobre sus fortísimas tormentas e intenso frío. El elegido para dirigir esta tarea fue Pedro Sarmiento de Gamboa, reconocido por su educación cosmográfica y experiencia náutica. En 1579 desde el puerto de El Callao zarpó la expedición relatada en el texto estudiado. En este contexto, la Ordenanza del Virrey -que se incluye en la relación- permite entender cuál es la dirección que el poder colonial explicita para la expedición al Magallanes:
“En todo el viaje que llevares no habéis de perder el cuidado, así vos en el un navío, como el dicho almirante en la almiranta de ir echando vuestros puntos, y mirando con cuidado las derrotas, corrientes y aguadas que hallares, y los vientos que en los tiempos de vuestra navegación os corrieron y los bajos y los arrecifes, islas, tierras, ríos, puertos, ensenadas, ancones y bahías que hallares y topares.”[1].
Los fines geográficos son claros, la Corona necesita conocer el espacio para poder controlarlo, este conocimiento implica conocimiento detallado de la naturaleza del lugar. En este sentido, siguiendo a Schlögel es posible vincular  la necesidad de documentación geográfica con la expansión colonial ultramarina desde una concepción cartográfica del dominio[2]. Hacer una descripción precisa de un espacio alejado del centro imperial desde donde se dirige la expansión implica varios procesos. En primer lugar, el espacio ignoto pierde el exotismo que le genera la distancia. Al volverse una dimensión mesurada y cartografiada deja de ser totalmente desconocido y remoto para disponerse al alcance de la mano mediante un mapa. El mapa, entonces, es el documento material de la penetración y el dominio de un espacio geográfico.
“…y habéis de ir advertidos de que, pudiendo ser, en las partes señaladas que os pareciere se pongan cruces altas para señales para los que después por allí fueren y pasaren; y donde no hubiere nombres puestos los iréis poniendo para el orden de los dichos libros, y de las cartas de marear.”[3].
Así, la Ordenanza del Virrey destaca también la importancia de la denominación, la señalización y el mapeo con vistas a posteriores expediciones similares. Se trata entonces de un ‘segundo descubrimiento’ orientado hacia el control y dominio de la zona, puesto que ya ha habido un descubrimiento primero que proveyó conocimiento de la geografía y el clima del lugar: “y procurad con vigilancia saber todas las bocas que tiene el dicho estrecho[4]. Pero de estas bocas, islas, canales y demás solo se tiene la idea general, se requiere el conocimiento sistematizado, documentado con mapas y nombres, específico y, en la medida de lo posible contabilizado. Tal conocimiento se coloca en primer lugar, mientras la posesión por medio de autos en nombre de la Corona no aparece sino hasta el punto VIII de la Ordenanza. Otros asuntos, como el reconocimiento de las poblaciones e incluso lo concerniente al corsario Drake y su flota –punto XVI-, es decir, el móvil de la expedición, se presentan como de menor importancia.
El segundo proceso es el que la presente comunicación se propone analizar, y se relaciona con la documentación textual que deja el primer proceso de mapeo. Esta expone una retórica aparentemente transparente y objetiva, pero que hace evidentes los fines y las posturas del viajero. Sarmiento de Gamboa no ofrece solamente una descripción geográfica sino que produce toda una construcción del significado que quiere otorgarle a la expedición, en la cual se postula como un sirviente de la Corona fiel, valiente y que se enfrenta a un monstruoso enemigo representado por la naturaleza hostil del Estrecho. A la descripción geográfica subyace el relato de este enfrentamiento entre el héroe geógrafo y la naturaleza enemiga. En esta puja, desde el primer apartado se definen sus perfiles y se narran sus combates. Así, la narración a la vez describe el Magallanes y consolida también la idea de la entidad geográfica a la que se enfrenta. No consiste, de este modo, tan sólo de un viajero que adecua un espacio a una serie de esquemas descriptivos que le permitan darlo a conocer en su dominio. En cambio, el resultado de la narración es distinto porque la construcción hecha acerca del espacio descrito se utiliza para configurar la identidad heroica de Sarmiento de Gamboa en tanto navegante y vasallo.


[1] SARMIENTO DE GAMBOA, P; Viaje al estrecho de Magallanes: y noticia de la expedición que después hizo para poblarla, Buenos Aires, 2005. P. 137
[2] SCHLOGEL, K; En el espacio leemos el tiempo, Madrid, 2007.
[3] SARMIENTO DE GAMBOA, Op. Cit. P. 138
[4] SARMIENTO DE GAMBOA, Op. Cit. P. 138

domingo, 28 de abril de 2013

Cristobal de Acuña - Relación del nuevo descubrimiento del gran rio de las amazonas




Dejo, para revivir un poco este querido blog la introducción a un trabajo mio sobre un texto de Cristobal de Acuña. 

Desde la primera expedición por el Amazonas encabezada por Francisco de Orellana en 1542 pasa casi un siglo hasta que de nuevo, por orden del Gobierno Virreinal en 1639 se permita otro viaje a través del severo ecosistema del río y su cuenca. Al entrar en crisis su milicia, especialmente la naval, la Corona española prohíbe toda penetración, investigación o escritura acerca del Gran río por temor a la ventaja que las potencias enemigas de los Países Bajos, especialmente, pero también Francia y Portugal pudieran llegar a tomar en estas aguas. Se buscó resguardar bajo secreto aquellas tierras a las cuales comenzaban a rodear los discursos míticos de las ciudades doradas y los reinos ignotos, donde todavía era posible pensar seres de fantasía e inconmensurables riquezas, la gran aspiración imperial.
La exploración en la que participa Fray Cristóbal de Acuña de la orden de la Compañía de Jesús inaugura la narrativa de esta segunda etapa de exploración del Amazonas y su cuenca hidrográfica. Los viajes anteriores habían sido el resultado de aventuras inesperadas, exploraciones codiciosas, en las que se viajaba a muerte en busca de tierras de leyenda. Este viaje, del que resulta la Relación del descubrimiento del Río de las Amazonas,[1]contrasta con el volumen épico de sus predecesores al tratarse de una expedición planificada y auspiciada por el Gobierno Virreinal asentado en el Real Consejo de Indias. Busca hacer una observación cuidadosa, mesurada e informativa sobre la geografía del Amazonas. Su autor no es un caudillo ni un soldado avezado sino un seleccionado religioso capacitado por su educación para cumplir con el objetivo que se espera de su viaje informativo. Su misión es de tal altura que el informe que presenta en su Relación[2] no sólo se dirige al mismo Felipe IV, Rey de España, sino que también concluye aconsejándole la conquista y la evangelización de las tierras amazónicas en una interpelación directa que permite observar el circuito comunicacional entre los poderes coloniales del siglo XVII[3].
El viaje de Acuña y el contexto de escritura de la Relación. [4]
Al viaje que da origen a la Relación de Acuña le preceden dos viajes a través del río directamente vinculados con el proyecto del que es parte la narración estudiada. El primero comienza cuando, tras huir de una rebelión que hizo fracasar su misión en el pueblo de los denominados Encabellados, los legos franciscanos Toledo y Brieva se internan en las aguas amazónicas acompañados por unos pocos soldados. Sin mayor conocimiento de navegación, y guiados únicamente por las suposiciones de uno de sus acompañantes, llegan finalmente al Gran Pará, en tierras de dominio portugués. Allí causan alarma en las autoridades de San Luis de Marajao que, al preocuparse por la inadvertida llegada de un grupo de náufragos a uno de los principales asientes de su fuerza naval, nombran al capitán Don Pedro de Texeira para que prepare una inmensa flota de marineros portugueses e indios con el fin de explorar el río a contracorriente en busca de la ciudad de Quito, de donde originalmente habían salido Toledo y Brieva. La flota de Texeira zarpa el 17 de octubre de 1637 desde Curupá, llevando entre su tripulación al franciscano Brieva. Tras una lenta travesía de ocho meses río arriba llegan a Quijos. Las autoridades de la Audiencia de Quito, sorprendidas ante el informe de que por el río Payamino se aproxima una flota de sesenta embarcaciones diversas, casi mil indios remeros y cerca de una centena de soldados, improvisan una bienvenida festiva. Sin embargo, en febrero de 1639 se ordena la salida inmediata de Texeira y su flota, que ahora lleva consigo aguas abajo al padre Cristóbal de Acuña.
Nuestro narrador, acompañado por Andrés de Artieda, otro letrado religioso también jesuita, y de Domingo de Brieva, es parte de la expedición de retorno portuguesa como observador. Lleva a cabo la recopilación de datos hidrográficos y geográficos que se incluyen en la Relación y en su mapa, pero también es evidente su interés en los datos etnográficos, pues informa sobre las poblaciones de la cuenca amazónica no sólo a partir de lo que observa sino que además añade sus conocimientos previos y los que recibe de boca de otros. La travesía termina el 12 de Diciembre de 1639, cuando llegan al Gran Pará. Luego se dirigen a España, donde Acuña presenta el 20 de Marzo de 1640 ante el Real Consejo de Indias el informe de su viaje.


[1] Se usa en este trabajo la edición reproducida en el tomo a cargo de Burgos, H citada en la bibliografía. Que edita el texto primigenio de la crónica junto con el mapa correspondiente.  Esta edición que habría sido la presentada por Acuña ante el Consejo de Indias el 20 de Marzo de 1640  difiere ligeramente de la versión publicada con bajo autorización real en 1641 bajo el título Nuevo descubrimiento del Gran Río del Amazonas, el año de 1639, por la Provincia de Quito, en el Reyno del Perú de la cual hay varias ediciones.
[2] A partir de este punto se usa Relación para referirme a la obra Relación del descubrimiento del Rio de las Amazonas de Cristóbal de Acuña, Edición a cargo de Burgos H, citada en la bibliografía.
[3] No hay que perder de vista que se trata de una época en que las órdenes mendicantes llegadas a América compiten abiertamente por tomar la vanguardia en los proyectos evangelizadores en poblaciones no contactadas y en las zonas de difícil acceso, el texto de Acuña debe leerse también al servicio de su orden en esta disputa.
[4] La contextualización histórica del texto que se elabora en este apartado se sustenta en los trabajos introductorios de la edición citada del texto y de las de su texto mellizo Nuevo Descubrimiento Del Gran Río de Las Amazonas a cargo de: Newton Freitas, Emecé 1942; Mariano Cuesta, Banco Santander Negocios, 1993 y Arellano, Borque y Santoja, Iberoamericana, 2009.